Carlos Fara
Presidente de Fara Veggetti
Y al final llegó. Son de esos anuncios que, de tan mentados, pueden terminar por no ocurrir. Él vuelve al Poder Ejecutivo con Cristina Fernández manejando la batuta, aunque en 2008-2009 la compartía con Néstor Kirchner. Hasta ahí las semejanzas; todo lo demás es diferente. La situación de la Argentina es terriblemente negativa; el experimento político con Alberto Fernández no ha dado resultado; existe una oposición medianamente sólida y competitiva. Ella está muy desgastada, y en el medio el propio Sergio Massa construyó, con algún éxito, su propio camino político (fue el tercero más votado de la historia argentina), aunque se le fue diluyendo hasta necesitar confluir con su ex jefa política.
Hace solo tres semanas, cuando se nominó a Silvina Batakis, “el tigrense seguro se despidió pensando nos vemos en la próxima crisis. Porque lo más probable es que haya otra instancia de crisis”. Y la crisis ocurrió porque, además de que Batakis no tenía señority para el cargo, necesitaba suficiente respaldo del Presidente y que haya tregua política entre los dos integrantes de la fórmula ganadora en 2019. Nada de eso sucedió y los agentes económicos “respondieron con el bolsillo”. Es un clásico: cuando las crisis están mal resueltas, las raíces del problema vuelven a aflorar tarde o temprano. Es como una herida mal curada, en cualquier momento puede volver a abrirse e infectarse. En dos años y medio, Alberto no manejó bien casi ninguna crisis, salvo el inicio de la pandemia. ¿Qué hacía pensar que esta vez iba a ser distinto? Es un boxeador cansado, falto de reflejos, que le pesa el cuerpo. Solo le quedaba esperar la campana para volver a su rincón. La realidad -su adversario- lo noqueó rápidamente.
Las soluciones que no se aplican a tiempo producen agravamientos de los síntomas. El Presidente no quiso aceptar la solución de Massa el 3 de julio; ergo, debió tomarla a regañadientes 25 días después. Es curiosa la actitud de Alberto frente a las crisis. Era obvio que la tormenta ya estaba sobre nosotros, y todo el mundo empezó a abrir el paraguas. Pero el primer mandatario, en vez de dar la voz de alerta y repartir paraguas y pararrayos, siguió mirando el cielo, comentando lo negro que se estaba poniendo. Ya no tenía que ver con las críticas públicas y sistemáticas de Cristina. Sencillamente no reaccionaba: no quería, no sabía, o no podía. El timing es clave en el manejo de una crisis, porque demorar una decisión, además de perder el efecto sorpresa, puede llegar demasiado tarde para resolver la cuestión. Es decir, reaccionó, pero a destiempo.
A partir de ahora, el Presidente ¿tendrá quién le escriba? Porque ya no hace falta que diga que no se va a presentar a su reelección, como le pedía Cristina. Todo el foco de atención pasará a Sergio Massa, con todo lo que eso implica en un sistema presidencialista, en la cultura política del peronismo y en el medio de semejante tormenta.
Ocurrió otro fenómeno interesante de un país que en muchas cosas es unitario, pero su cultura y su estructura institucional es federal. Reapareció la liga de gobernadores a plantearle al jefe de Estado que reaccione. ¿Y si no? Nadie quería pensar en eso. Esta federación de mandatarios se fue alejando progresivamente de Alberto y volvió a mirar a Cristina porque es mejor alguna jefatura que ninguna. Ella, astuta, fue vaciándolo de poder, y hasta le aguó un acto en la propia CGT. Dinámica que debe mirar Massa con cuidado.
Muchos se preguntan si el creador del Frente Renovador, con su imagen desgastada (como el resto de los integrantes del Frente de Todos), podrá maniobrar en un escenario endiablado. El balance negativo de su imagen no cuenta; lo que contará son los resultados, sencillamente porque en una mega crisis buena parte de la sociedad y el círculo rojo se vuelven muy pragmáticos. Si acierta en la ingeniería estratégica, lo demás no importa. Si no acierta, da lo mismo. Total, el barco apunta a hundirse.
Pero, ¿podrá hacer “las reformas que hacen falta”? De corto plazo seguro que no porque ¿las quiere o las tolera la sociedad?, ¿se las banca la propia coalición? Pequeño detalle: el manual indica que en situación de debilidad no se deben dar batallas que no se puedan ganar, so pena de morir en el intento. Lo más importante que debe hacer Massa es calmar las aguas, hablar con todos y pedirles que le dan tiempo, porque si el barco se hunde no le sirve a la mayoría. Y sin mayoría, no hay reformas de largo plazo posibles. O sea: “muchachos, si no me dan oxígeno, lo que viene es peor. Ustedes elijan”.
Dado lo prematuro de las noticias, aún no queda claro cómo quedará todo tablero después de semejante cambio. Pero lo que sí es seguro es que el escenario es móvil. A partir de los nombramientos se desatará una puja permanente por los espacios de poder, y algún luchador se caerá fuera del tatami. Lo que no le dieron a Massa ahora, él peleará para que se lo vayan dando a medida que pasen las semanas. Y si va obteniendo algún módico resultado, la probabilidad de ganar pulseadas crecerá. Por lo pronto, se sacó Daniel de encima a dos competidores: Scioli y Jorge Capitanich (vale decir que ninguno de los dos obtiene más del 2% de intención de voto).
¿Cristina está interesada en que a Massa le vaya bien? La política es un juego de paso a paso, o “no hay que comerse la cena en el desayuno”. Primero hay que salir de la crisis para mejorar las posibilidades electorales, luego se verá qué se hace con él, si se contribuye a convertirlo en héroe o en un nuevo Alberto, debilitado y aislado. Claro, Sergio no es Alberto. El hombre de Tigre construyó su propio capital político, es audaz, temerario, un apostador de grandes riesgos, un sobreviviente. Si se lo tuviera que describir cinematográficamente, sería “Duro de Matar”. Ella dejará que haga su juego para que no la acusen de ponerle palos en la rueda y luego verá. Si le va bien, “yo di el ok para que sea”. Si le va mal, “Sergio, ya tuviste tu oportunidad”.
Es el tiempo de Massa. Es su gran oportunidad de reivindicarse. Dependerá de que no lo traicione su ambición.